“Empiecen a salir de la sala donde han estado retenidos durante largo rato. Entonces, cuando al salir se dan la vuelta, qué captan”.

Lacan, Seminario  XI

He tomado como texto de orientación para la intervención que voy a compartir con vosotros uno de los que aparecen en el volumen Cómo termina a los análisis, paradojas del pase que, como sabéis, es una compilación de distintas intervenciones de Jacques Alain Miller sobre el tema.

Miller toma el cuadro de Holbein de Los embajadores, que ilustra la portada de la edición francesa del seminario XI, para explicar que “de esta revelación anamórfica ofrecida solo a quien se vuelve al partir, quisiera hacer una alegoría del fin de análisis”.

Y, en efecto, es así, así lo creo, al menos así fue para mi. Es por ello que propuse para el espacio de trabajo en Málaga sobre el seminario del pase alentado por el Consejo el título, “Finales de análisis y pase”, tb el que la JD ha decidido para esta mesa. Porque no son homogéneos el final de análisis y el pase. Hay una heterogeneidad del pase con respecto a lo que fue el recorrido analítico y su final. Es preciso otro paso después de la constatación radical de lo real imposible y contingente, paso que se dará o no. En lugar de salir sin mirar atrás puede ocurrir que, tras la salida, en ese confín, dirijamos la mirada a lo que ya quedó atrás. Y es el propio Lacan el que define así al pasante, aquel que se gira al partir.

Como digo, es un paso que se da ya fuera de la experiencia del análisis como tal y, desde ese confín singular “se identifica por fin lo que siempre se había tenido delante de los ojos sin verlo”. Es por ello que puede revelarse, con nitidez, cómo en la entrada ya estaban los mimbres de la salida, que se dará o no. No implica que la entrada asegure la salida, pero la entrada ya tiene la marca de lo que constituirá la escritura, la letra que podría leerse en la salida. El pase es un resto, algo que deposita esa escritura como un decir.

Lacan inventó el dispositivo del pase como artefacto para interrogar qué es un analista, qué son el psicoanálisis y el inconsciente. Y esa invención fue la razón de existir de la Escuela. Disolvió su Escuela, pero nunca prescindió del pase a pesar de que no lo consideró incompatible con su fracaso. El pase es un interrogante que lo irreductible de lo real no permite cerrar. Una apuesta que no permite la conclusión de un cierre puesto que el fin no es una clausura.

Voy a recurrir a algunos recortes de lo extraje como analizante y pasante. Recortes que muestran en la salida la mutación de lo que ya estaba en la entrada. Y que pude ver cuando, sin haberlo decidido a priori, volví la vista atrás después concluir.

Ayer estuve en la inauguración de una magnífica exposición de cerámica de Picasso, en uno de los textos explicativos sobre su proceso creativo de lee: “Uno de los principios de base del proceso creativo de Picasso era el de la serie, variación y metamorfosis”. Creo también que es uno de los principios de base de la experiencia analítica

Atravesé el umbral de entrada al análisis con dos sueños.

El primero: en la pared de una estancia, primitiva, blanca, se abre una mina precolombina, una gruta de fuego de la que salen, flotando ordenadamente una tras otra, hermosas y sencillas vasijas, huecas, de oro.

El segundo: un pajarito encerrado en su jaula que vomita, devuelve, y muere.

Formaba parte del enjambre de S1 familiares la mina, el piquito de oro, el pajarito en su jaula que al morir hace saber al minero de las emanaciones venenosas.

Pregunta del analista por la contigüidad de ambos sueños. Qué perspicacia! No se me había ocurrido que tuviesen nada que ver. Estos dos sueños capitulares abrieron a la asociación libre, a su consentimiento. A consentir a hablar sin saber, soportando el peso de la mirada sin el parapeto de encarnarla en unos ojos, y contraviniendo, desde ese inicio, las coordenadas fantasmáticas y el mandato superyoico: saber y callar.

La interpretación del deseo del Otro cifrada en la interpretación de su mirada conformaron la frase retórica del fantasma, “suspendida en una mirada” , aún no su fórmula gramatical, y el escenario fantasmático en el que saber y callo formulaban la sutura de mi división subjetiva y la del Otro. Siempre con un plan B al que le seguía todo el abecedario, la llamaba mi baraja de comodines.  Mazo, designó el analista.

Los dichos maternos: “Por cada hijo vivo (cayó) uno muerto”. “Si te caes, te levantas”. “Tú sabes ver, pero calla”. La ortografía con el equívoco que conlleva denota al Inconsciente. “Cayó-callo”, equivocaba el indecible femenino, la no existencia, la muerte, con lo indecible de la existencia. Los espejismos del ser, siempre en falta y suspenso, equivocaban el indecible del goce de la existencia singular con lo indecible de un saber insabido.

Cuando el nudo constituido por el enigma, el saber, el indecible de la condición femenina y la muerte se-ca-llo/yo, quedé confrontada a la cicatriz fundamentada en mi una-equivocación, inconsciente real emborronado con el amor a la elucubración de saber. Amor cimentado en las coordenadas edípicas, el enigma de la mirada no-toda mamá y el amor al saber del padre. El primer regalo que le hizo a mi madre, las obras completas de Freud.

Se-ca-llo/yo fórmula real del fantasma, de la gramática descabellada de la pulsión, fuera de todo sentido y retórica.

El goce de la escritura, que implica la ortografía, mantenía el “entrelíneas” de la enunciación y  su satisfacción, ese decir calladamente practicado desde muy temprano. Cuando la fórmula del fantasma emergió, el síntoma saltó como una costura vieja.

Y algo en la enunciación se metamorfoseó. Hay una definición del sujeto de la enunciación en el seminario 7, en el capítulo sobre la función del bien, pagina 265 que me gusta mucho. Se refiere al “campo radical de la enunciación, es decir, de la relación más fundamental del sujeto con la articulación significante. Es decir, que no es su agente sino su soporte, en la medida en que ni siquiera sabría calcular sus consecuencias”. La enunciación de cada uno es su modo de sostener al Otro, hacerlo existir, a la vez que da cuenta de la marca del encuentro singular de lalangue con el cuerpo. El decir del Otro que recortó las marcas de goce en los orificios del cuerpo quedó inoperativo, produciéndose cierta disyunción entre aquel decir primero y el cuerpo hablante. La enunciación se aligeró del decir del Otro, lo que confrontó al sujeto con la falta radical en el Otro, S(A/): el Otro no sabe.

Al deshacerse el nudo de saber y agalma que encarnaba en el uso sintomático del psicoanálisis buscando un saber que me nombrase, el psicoanálisis como síntoma devino palea, resto fecundo.  Recogí la causa vacía de un deseo que tomé a mi cargo. Un deseo irreductible de nada en particular, en el que localizo la puesta en acto singular del deseo del analista.

El nudo entre el análisis conducido hasta el Ics real y la Escuela drenaron la transferencia en causa. Hice mi invento, no es igual para todos. Un sueño que no era efecto ya del trabajo de transferencia tomó la dimensión de un acontecimiento de cuerpo y me condujo al pase, aún.

Flotando hacia mi dormitorio avanza impulsada en el aire una letter, (litter) un sobre marrón común y corriente, como los de Amazon. Sé que el sobre está vacío y en el sueño me levanto con un impulso irreductible de abrirlo y liberar ese vacío. Me despierto de pie en el pasillo, con la misma determinación que me acompaña en el sueño, que levanta mi cuerpo y lo hace avanzar caminando. Voy a presentarme al pase, me dije, consintiendo a que el invento con los restos sintomáticos para vivir, el sinthome, se ponga, en parte, al servicio del psicoanálisis.

Lo que hace al tema a que nos ocupa hoy, la entrada en análisis y lo que capté al dar la vuelta al salir, queda ilustrado con los dos sueños a la entrada y el último, en el que, al salir me giré y es aquello lo que vi.

Los dos primeros muestran el enigma de la feminidad, los oropeles del saber apoyados en el Nombre del Padre como objetos preciosos, el agujero, la muerte, la retórica y la gramática del fantasma. Muestran todo lo que se hystorizaría durante más de 30 años y también insinúan la singularidad de su confín. “Dejando atrás las baratijas de los objetos brillantes acumulados entre ellos, por debajo, en la confusión de las líneas, se escondía la muerte, la muerte como imagen de la castración. La muerte que pone su rúbrica al final de la visita, esto es lo que deja atrás”.

Ambos sueños dan cuenta también de algo fundamental, no solo de la transferencia, que ya estaba desde mucho antes hacia el psicoanálisis, el hecho mismo de hablar ya es transferir. Lo que se jugó en esos dos sueños, lo que demostraron, fue la investidura del analista. Tomando las palabras de Miller, estos sueños son el “Tú eres mi analista”, este puede responderle con un: “yo lo soy”. No con un: “!Entra”! Sino con un “Estás en análisis”, es de cir: “Tú ya has entrado”.

 

Los últimos años del análisis fueron desérticos, no había más que decir pero no encontraba ese confín singular que hallé más allá de la salida, hasta que pude concluir: “durante mucho tiempo creía que era un  pozo seco y lo que ocurre es que es un pozo sin fondo”.

Lacan caracteriza el agujero de lo real como aquel que es atravesado por una recta infinita. Ese es el pozo sin fondo. Y ahí concluí, con satisfacción, alegría, serenidad y la vida por delante. Me fui sin mirar atrás, o al menos eso pensé, la experiencia estaba concluida. Pero no, aún restaba un paso más, el que va del fin de la experiencia a un nuevo confín. Un sueño lúcido, ultraclaro, paradójico, porque fue un despertar y  ese despertar fue un darse la vuelta y ver lo que había sido y dejado atrás, de la mina al pozo y del pozo al vacío de la letra, de unas letras que siempre llegan a su destino, en mi caso, la Escuela de psicoanálisis. El nombre propio no cubre más que un vacío, hay siempre una distancia irreductible entre el parletre y la causa, que solo encuentra cierta reducción a través del acto. Cayó/calló le cedió el paso a ponerse en pie, izar la voz.

Mi nudo entre experiencia analítica y Escuela, el pase, es la apertura de esa Letter. Su vacío, de sa-ver, no descarta el resto pulsional irreductible de la transferencia como un deseo de nada en particular. La apertura de la letter (litter) de A-M-A-Z-O-N en la Escuela, es  un uso del resto pulsional para la transferencia de trabajo a la causa analítica de la Escuela, esa transferencia de trabajo es también un nombre del deseo del analista.

Llevar las palabras al silencio abre la vía del decir singular. El duelo por el objeto se transforma en un deseo de saber inédito de qué hay más allá de ambos, duelo y objeto. No es un deseo puro, metonímico, sino encarnado en acto; es decir, produce consecuencias y hace caduco el horror al saber. Se opera una separación radical y sin retorno del objeto que permite la construcción de un saber singular, único y la salida del dispositivo. Esto implica separarse de las veleidosas verdades de la hystorización, pasar de la literatura de la novela familiar, a la literalidad del amor a la letra, vacía.

Qué resta?

Un nueva gramática y ortografía en la que el sentido se desvanece. Unas letras sin significado, con las que se pueden jugar sentidos nuevos: a-mazon, ama-zon…Una zona de borde donde el amor hace litoral al vacío.

Así pues, dar voz al decir singular alivia de la propia enunciación, de la tarea de sostener la cadena significante, al Otro. La enunciación se hace más dúctil y liviana, más afín al S(A/), al indecible. Para el psicoanálisis esto implica la fertilidad de una invención tan incalculable como sujetos lleven a cabo su experiencia, conducida hasta el vaciamiento de la serie, las marcas de su historia, la producción da sus variaciones para arribar a las marcas ahora vacías y convertidas en letras nuevas que inspiran un deseo irrefrenable y entusiasta de ser abiertas. La “ascesis de la escritura” vacía la marca y hace resonar ese vacío en el decir, ya de una y no del Otro. Y eso      es, realmente, una metamorfosis.

* Intervención en el Encuentro Andaluz de la CdA-ELP «Entradas y salidas de la cura en psicoanálisis». 15 de Junio de 2024. Antequera

Anamorfosis. Por Paloma Blanco Díaz