El psicoanálisis ante el malestar contemporáneo y las instituciones que lo acogen.
La clínica refleja las modificaciones que se producen en la subjetividad de nuestra época, caracterizada por el exceso. El trabajo en las instituciones permite estar en contacto directo con la realidad contemporánea y con sus síntomas. En la actualidad se constata la prevalencia de la angustia, el aumento de las urgencias por intoxicación en adolescentes, la emergencia de fenómenos de violencia en la escuela, en la comunidad y el propio ámbito familiar; el maltrato a la mujer, el desamparo y la pobreza, la tragedia de la inmigración, el estrago laboral, la prevalencia cada vez mayor de los trastornos del espectro autista. En fin, el sentimiento de la vida del ciudadano contemporáneo está fuertemente alterado.
Toda institución, como formación humana que implica un lazo social, tiene por
esencia, como indica Lacan, “refrenar el goce”, contribuir a la recreación de las creencias en la vida o a la demora, al aplazamiento y la moderación de la satisfacción. Es cierto que no todas de la misma manera y al mismo precio.
La ideología de la evaluación y de la gestión regida por lo universal, ha ido extendiéndose como una mancha de aceite a lo largo de las últimas décadas a las ciencias humanas e impregnando a todas las disciplinas e instituciones que se ocupan de la atención a las personas. Uno de los efectos indeseables del imperio del protocolo, el afán clasificatorio y el registro exhaustivo, es la elisión del sujeto, el dejar a un lado lo singular e incomparable de cada ser humano.
¿Cómo subvertir la tendencia a lo universal, que por estructura habita toda institución? ¿Cómo hacer valer lo particular, el síntoma? ¿Cómo tener autoridad sin imponerla? ¿Cómo encender la llama del deseo?
Si partimos de considerar al psicoanálisis como el discurso que preserva la subjetividad y salvaguarda la singularidad, podemos acordar con J-D Matet que «el psicoanálisis es un factor de civilización al servicio de la comunidad», que entiende que de lo que se trata es de darle un lugar privilegiado a la palabra de los sujetos y de entender el síntoma como una respuesta al malestar que sufre. Así pues, siguiendo a Miller, no se trata tanto
de ponerse en el lugar del otro, como de poner al otro en posición de sujeto.
¿Cómo se sitúa hoy el psicoanálisis ante las demandas de los protagonistas y coprotagonistas del sufrimiento en una civilización ingrávida? El psicoanálisis ofrece alternativas a los ciudadanos que no tienen suficiente con la acción de la Biopolítica. Acción que encuentra su asiento principal en curarlos y controlarlos a condición de dejarse tratar como sujetos pasivos de sus alteraciones cerebrales.
El discurso analítico, en su modalidad de psicoanálisis aplicado a la terapéutica, no está en absoluto reñido con el trabajo en instituciones de atención a las personas. Cabe definirlo como una práctica de la conversación que se adapta a la particularidad clínica de cada sujeto. Se ofrece como un discurso que anima a cada cual a producir su singularidad.
No se trata sólo de arbitrar un lugar de escucha, sino de facilitar un lugar de respuesta a partir de las preguntas que se formula el propio sujeto en su discurso; de contribuir a restituir el lazo social de los sujetos que se acogen en las instituciones.
Se trata de saber hacer una lectura de los síntomas actuales, de lo real de la clínica contemporánea, así como de poder trabajar con otros profesionales de diferentes orientaciones clínicas, sin caer en rivalidades imaginarias y apuntando hacia una práctica entre varios, hacia un trabajo en red, donde lo central es el ciudadano protagonista.