“DECIR”

 

 

El pasado 27 de abril, dentro del Espacio de Enseñanzas del pase en la CdA, fuimos convocados en la sede de la ELP de Málaga a la escucha de un nuevo testimonio del pase de Paloma Blanco Díaz, miembro de la AMP y ELP, y AE de la Escuela Una (2021-2024), que estuvo acompañada de cerca por Rocío Cid Sabatel, miembro de la AMP y ELP, así como miembro del Consejo de la ELP y Secretaría del Directorio de la ELP.

Paloma comenzó en esta ocasión con un apunte sobre el concepto mismo de testimonio, dado que, explicaba a la sala, a pesar de que cada AE parte siempre del mismo (su propio testimonio), no es sin variaciones en cada oportunidad de enseñanza: “está vivo y se mueve”. Enlazando con la cita de Lacan del prefacio a la edición inglesa del Seminario 11: “No soy un poeta, sino un poema”. Dirá Paloma que “no he escrito este poema que soy, este nudo mal hecho de real y sentido, carne y verbo, pero es mi decir el que hace poema de una escritura ilegible.”

Rescata Paloma la categoría lacaniana (seminario 24) de “la una-equivocación, l´une-bévue”, traducción fonética del Unbewusst freudiano, habiendo quien lo traduce como un desliz, una metedura de pata o, incluso, una tontería. Ella misma ubica “el esp de un laps” (Lacan) como aquella equivocación que el inconsciente genera antes de que el sujeto produzca un sentido y “solo se alcanza con un esfuerzo de poesía”. Estaríamos frente a algo anterior al término de lapsus como formación del inconsciente, “el lapso de un espacio situado en el régimen del Uno y no del Otro y que por tanto no produce sentido”. De modo que el concepto mismo de inconsciente cambia de la elucubración de saber a la de no-saber sobre el goce, y por esto el final de un análisis sería llegar a esa la una-equivocación que estaría en el origen de su fundación.

“No hay verdad que al pasar por la atención no mienta” (Miller), por eso nos recuerda Paloma que llegar al final de la experiencia analítica estaría más cerca de la satisfacción que del saber (si solo se reduce al desciframiento, no dejaríamos de dar vueltas al agujero de lo Real en lo Simbólico). Y satisfacción no del lado del gusto o placer, sino del “cuerpo vivo que acontece, se levanta”. El objetivo del final de análisis es un decir, que no un dicho.

El pase muestra “la antinomia a toda verosimilitud” (Lacan), hace emerger al analista como “un disperso descalabrado”, esto es: no hay dos analistas iguales, aunque sí una causa común.

El problema del psicoanálisis, nos recuerda Paloma, es que algo de lo simbólico ponga en acto lo Real. En su caso particular: la tachadura de La Mujer, que se pone en juego a partir de dos dichos maternos: “Por cada hijo vivo (cayó) uno muerto”. “Si te caes, te levantas”. Cayó, callo, caigo, sa-ver, enjambre de S1, mimbres del fantasma que formalizarían el síntoma.

El síntoma vela el goce, y elucidar la verdad del síntoma no es más que revelar la verdad del goce, del cual el síntoma trata de defenderse, por eso no podemos hablar de identificación al síntoma, y por eso la verdad es mentirosa. Mientras que, por otro lado, el sinthome sitúa lo que estuvo desde el principio, un goce sin cuerpo. Implica “consentir a ser incauta, al desliz, a ese chiste pequeñito que implica ser cada uno”.

Si bien para Lacan solo despertaríamos al morir (pues de la pulsión no podemos “despertar” nunca), de ahí el aforismo “mantener el reino de lo que despierta”, Paloma apunta a una salvedad: el análisis, que pone ese deseo de dormir en suspenso, para poder tener un acceso a lo Real, y así nombrarlo un pequeño despertar. Siendo el cuerpo el que posibilita esto, porque es el sujeto el que sueña, y el goce vivo del cuerpo es el que puede ponerlo en suspenso. El sueño de Paloma (A-M-A-Z-O-N) puede testimoniar de ello: levanta el cuerpo del “se-ca-llo” y lo lleva a un decir que es acto.

Paloma Blanco vuelve a regalarnos una enseñanza preciosa con nuevos detalles del trayecto hacia el final de su análisis, dando buena cuenta de que la biología no basta para sostener la vida, sino que habría que servirse de aquello de lo que en teoría cada cual se quiere curar, previa transformación de “lo que te mortifica” en “lo que te vivifica”. En su caso, “levantarme, izar la voz”. “Es algo que itera, es lo más vivo, singular y propio y, paradójicamente, algo inapropiable e inexpropiable”.

El acto analítico posibilita que emerja la insondable decisión del ser y nos la hace habitable; en lugar de lo que hace el síntoma, que la hace evitable.

En la conversación posterior, Rocío Cid se pregunta por la relación entre las verdades que se van depurando en cada testimonio con el goce de cada uno y cómo eso se hace en la enunciación (captándose la diferencia entre lo que se quiere decir y lo que ya está previamente). Paloma señala que esa marca que itera en el cuerpo “y que es como un latido”, si resuena es precisamente porque algo de la enunciación apunta a ese latido, “el latido vivo de lo que nos hizo seres hablantes: lalangue”.

Después del interesante intercambio entre la mesa y los asistentes, para dar por clausurada la velada, Rocío trajo a colación las siguientes jornadas nacionales de la ELP, cuyo título “Lo que hablar quiere decir” evoca lo trabajado por nuestra AE en esta ocasión, quien concluye su intervención dejándonos pensando sobre el hecho de que “hablar no es igual que decir, pues lleva implícito un velamiento, pero por hablar… puede ser que nos sorprenda el decir”.

Julia Moreno Osuna

«Decir». Reseña del Testimonio de Paloma Blanco. Por Julia Moreno Osuna.
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