Fecha/Hora
Fecha(s) - 21/10/2020
8:00 pm - 9:30 pm


Espacio clínico 2020-2021

Nuevas respuestas para viejas incertidumbres

¿Qué pintamos aquí? ¿porqué nos siguen llamando, porqué siguen preguntándonos aunque sea a través de una pantalla? ¿Qué puede buscar alguien que se pone al otro lado del teléfono, de la pantalla del ordenador o del smartphone esperando nuestra llamada, o que incluso tentando al azar de la microbiología se arriesga a acudir a nuestra consulta? ¿Porqué no les decimos en la primera consulta que el síntoma es “normal”? ¿Porqué no les desengañamos directamente explicándoles aquello de que la relación sexual es imposible de cifrar? Lo más seguro porque daría igual, porque como ya advertía Freud en los inicios del psicoanálisis hace más de un siglo, en 1895 “el no saber de los histéricos era en verdad un. . . no querer saber1.

Y ahora más que nunca, en tiempos de pandemia, hay cosas de las que no queremos oír ni hablar. Quizás de lo mismo de siempre: que la relación sexual no existe. No procedemos por esta vía, la de explicar lo imposible, porque a pesar de todo sufrimos.

En tiempos de dificultad en los que nos veríamos exigidos a un esfuerzo de adaptación a favor del principio de realidad, ¿porqué no mejoramos de nuestros síntomas? Esta era otra de las cuestiones que insistían en los albores del psicoanálisis: “Cuando entre las tareas del análisis se encuentra la eliminación de un síntoma susceptible de acrecentamiento en su intensidad o de retorno (dolores, síntomas por estímulo como el vómito, sensaciones, contracturas), durante el trabajo se observa, de este síntoma, el interesante y no indeseado fenómeno de la «intromisión». El síntoma en cuestión reaparece, o surge con intensidad reforzada”2. Es terrible: ni la relación sexual es posible de cifrar y para colmo hay una tendencia morbosa a padecer.

Nuestras preocupaciones son la mismas que aquejaba Freud en 1895. Las plasmó en sus Estudios sobre la histeria, cuando se planteaba que, a pesar de todo, el síntoma insiste (“¿Qué clase de fuerza cabía suponer ahí eficiente, y qué motivo pudo llevarla a producir efectos?”)3. Freud se respondía con la existencia de unas representaciones patógenas, olvidadas y llevadas fuera de la conciencia, pero “con un carácter general de tales representaciones; todas ellas eran de naturaleza penosa, aptas para provocar los afectos de la vergüenza, el reproche, el dolor psíquico, la sensación de un menoscabo: eran todas ellas de tal índole que a uno le gustaría no haberlas vivenciado, preferiría olvidarlas4”.

¿De qué sufrimos? ¿Qué se impone una y otra vez? Sufrimos, parecería, de representaciones. No querer saber…. preferir olvidar…. el dolor psíquico, el reproche…. uffff. Esta es una de las impresiones más potentes en nuestro tiempo en el que lo traumático espera agazapado para salir al encuentro del sujeto ansioso de estabilidad. El problema es que lo ominoso, lo siniestro, lo terrible… no tiene porqué tener solo corona. Hay algo, esta “fuerza” por la que se preguntaba Freud, que subsiste e insiste.

En nuestro espacio de clínica, que es ya clínica en tiempos de pandemia, vamos a poner a prueba algo, la respuesta esencial del Lacan de 1974 al Freud de 1895: más allá de la representación el síntoma implica el goce, e implica que cada uno goza de su inconsciente. El goce como lo que insiste y permite concebir el síntoma como constante, como lo que, en tiempos de cambio, de incertidumbre, de no saber… no cambia.

Y ahora que ponemos nuestra esperanza en la ciencia y en que nos devolverá antes o después una respuesta a la pregunta por nuestro bienestar nos encontramos con algo de lo que no podemos poner distancia. No hay mascarilla que nos proteja de la angustia, no hay gel desinfectante que deje nuestro cuerpo limpio de los efectos del significante, no hay distancia posible con nuestros síntomas. Porque estamos habitados por el goce, que es un concepto lacaniano, como lo real. Algo intuía Freud que ya hablaba de las operaciones sobre lo real de la filosofía, la ciencia, el arte o la religión. Pero los seres hablantes disponemos de algo que ninguno de los sistemas ni religiosos, ni filosóficos, ni los programas artísticos o científicos pueden sustituir: tenemos nuestro síntoma, el de cada uno, como medio para tratar lo real. Lo malo es que a veces lo hace de manera un poco salvaje. No perdemos de vista algo: “el goce, se opone a la adaptación, trabaja contra la homeostasis y se ubica en la vertiente de la repetición que no conoce otro límite que el producido por la consunción del organismo mismo5. El síntoma salvaje no se adapta y no solo eso… siendo muy apocalíptico ya ni las representaciones habituales valen. En nuestro impasse particular cambian los significantes amo, referidos al sujeto del significante, pero más allá, decimos los psicoanalistas hay un sujeto del goce, que se escribe barrado, vacío de goce, pero que se hace valer como objeto, como objeto a, que mantiene una inercia a pesar de las modificaciones simbólicas. En este tiempo en que todos esperamos de la ciencia algunas respuestas sobre la verdad, no dejan de aparecer síntomas como una verdad que resiste al saber. Porque más allá de la representación significante, gozamos de nuestro inconsciente… en tanto éste nos determina. Si el síntoma implica el goce, está en juego lo real.

Seguimos la pista de la clínica porque no podemos perder de vista entonces la vertiente de la repetición y poner a prueba otra vez la respuesta que Lacan daría a Freud: la dimensión de la repetición, de la insistencia es “repetición de goce a la que el sujeto está aferrado. Porque es lo que tenemos desencadenado en el mundo: gozar del inconsciente6.

Entonces el síntoma como un tratamiento de lo real que apunta al goce.. que insiste y subsiste en ser tratado. Pero entonces ¿en qué quedan las representaciones, las que sirven para representar al sujeto? Trataremos con Miller de dar un paso más intentando trabajar con la complejidad de la nueva definición del síntoma como “un modo de gozar del inconsciente en tanto nos determina…. y con mayor precisión, como un gozar del significante amo7”.

Sin embargo cuanto más nos acorrala el goce, cuanto más se desestabiliza el fantasma o cuanto mayor es la incertidumbre, con más empeño pretendemos alinearnos con el sentido. Pero si algo hay en los diferentes síntomas que nos aquejan es el sinsentido. No se trata del síntoma como lo que funciona, sino como lo que se resiste a funcionar ante este Otro que produce sentido. “Entonces todo lo concerniente al sinthome, la nueva
escribe
8 y que hay goce del inconsciente en tanto amo. “El síntoma entonces está definido a partir de un nudo que captura cadenas de goce y es un goce que no es relativo al Otro«9. Que escapa al sentido.

Si no estamos al lado del sentido volvemos con Freud, con Lacan y con Miller al principio…. ¿Qué pintamos entonces aquí? Esta es una de las preguntas cruciales, sino la fundamental, de nuestro pequeño espacio clínico. Más allá del interés o la satisfacción que a cada uno nos pueda proporcionar el trabajo clínico, la pregunta por nuestra presencia, si es necesaria, pertinente, en definitiva, si pintamos algo.

Porque lo cierto es que nos siguen llamando. Desde que Freud comenzó a tratar a sus histéricas el Otro ya estaba presente. Para que hubiera psicoanálisis hizo falta al menos una cosa. Que dos personas, Breuer y Freud, se sentaran a escuchar a Anna O. Porque precisamente, en tiempos de incertidumbre, parte del eso quiere gozar intenta atrapar sentido y debe intentar ajustarse al circuito de la palabra, al circuito del Otro.

Nos asomamos a lo más alto del grafo del deseo, a la azotea del grafo, para aplaudir no como aplaudíamos en primavera buscando compañía y mitigar el desasosiego sino precisamente aplaudir el descubrimiento freudiano y lacaniano. A esta azotea donde lo real está escrito: el significante de la falta en el Otro. Porque este Otro a quien confiamos nuestro ser falla, no logra representar por completo al sujeto ni todo el goce queda localizado en el falo…. como la histérica perdida entre la falta en ser y la falta de objeto. Algo insiste y en este sentido es posible describir el síntoma como lo que no cesa de escribirse: el síntoma es necesario. Y en tiempos de incertidumbre el síntoma se hace más necesario si cabe, asoma la cabeza con más consistencia. En este tiempo de no saber cómo hacer (cómo relacionarse, cómo vivir, cómo trabajar, cómo volver a la escuela) se apareja en nuestra práctica con la pregunta por los síntomas. ¿Cómo hacer con los síntomas? ¿Y con los pacientes? ¿Cómo los atendemos ahora? ¿Por qué nos siguen llamando? ¿Qué esperan de nosotros?

Pero de repente nos encontramos con una respuesta en el Freud de 1985: “en no pocos casos, en particular en mujeres y donde se trata de aclarar unas ilaciones de pensamiento eróticas, la colaboración de los pacientes pasa a ser un sacrificio personal que tiene que ser recompensado mediante algún subrogado del amor«10. El amor respondería Lacan a Freud, implica que el Otro representa al sujeto y localiza el goce: tan necesario como el síntoma es la ilusión del amor, en definitiva, motor y obstáculo. Y es que para que haya análisis es conveniente que exista Otro, que encarne la forma de alguien que sabe. Hace falta la histerización del sujeto: “el privilegio del síntoma histérico es que es que su modo de gozar del incosnciente pasa por el Otro, implica en su goce mismo el deseo del Otro11.

Vale, de acuerdo. Pero el mundo está lleno de Otros… el mismo campo social, hecho de discursos, actúa como Otro que ya proporciona sentido. ¿Qué nos diferencia? “El sentido es siempre del Otro, desde que hay sentido el otro está en el horizonte12. En el cambio acaecido entre 1895 y 1974, en el síntoma se aloja el sinsentido de gozar de un significante. El sentido del que se goza, el sentido gozado, no es una cuestión de comprensión sino de experimentación. Incluso cuando hay efecto de sentido no hay “práctica analítica sin que el efecto de sentido sea parasitado por el efecto de sentido-gozado”. El sinsentido es uno de los nombres del sentido para gozar.

En esta época de incertidumbre nunca las interrupciones estuvieron tan presentes. En primavera se interrumpieron los trabajos, las reuniones, los seminarios. Se interrumpieron las escuelas, las de los niños y la de psicoánalisis. Se interrumpieron planes, pero también vidas. La muerte, que es la interrupción por excelencia, se hizo patente de una manera grotesca en nuestro confortable (no para todos) mundo de ilusión.

Pero las interrupciones también pasaron factura a Freud. Mucho antes de su muerte, mucho antes de su salida de Viena, antes incluso que la primera guerra mundial, hubo precisamente algo que ya en 1895 a Freud no le pasó por alto: “Es de todo punto imposible analizar un síntoma de un tirón o distribuir las pausas en el trabajo de tal suerte que ellas coincidan con puntos de reposo en la tramitación. Al contrario, la interrupción obligatoriamente prescrita por las circunstancias que rodean al tratamiento, lo avanzado de la hora, etc., suelen caer en los lugares más inoportunos, justamente cuando uno pudo acercarse a una decisión o emergía un tema nuevo13. Las interrupciones son incómodas, perturban, a veces hasta las sesiones on line se interrumpen cuando el flujo de palabras a través de los cables se atasca. Pero de nuevo otra respuesta: desde la perspectiva del discurso, que se empeña en articular significantes para encontrar sentidos eso que puede resultar incómodo lo aprovecharemos para interpretar. Esta es una cuestión nodal que nos plantearemos en el espacio de clínica y que, además, nos distingue respecto a otras orientaciones que tratan los síntomas mentales. Puesto que la intervención analítica por excelencia, la interpretación, supone tocar estos significantes amo, por fuera del sentido, podemos decir con Miller que “lo problemático no es el efecto de significado del significante… sino el efecto de goce de la letra”, del significante sin significado. Puede sonar abstracto. Modificar el efecto de goce de la letra mediante la interpretación. ¿Cómo se pone en práctica, en acto, en el momento de las intervenciones? Intentaremos vislumbrarlo y acotar qué hace que un síntoma sea analizable.

A lo largo de este curso traeremos casos corrientes, comunes, de nuestro quehacer cotidiano. Casos del día a día, de gente ordinaria o extraordinaria…. pero que se agrupan por algo: tienen un síntoma y desean hacer algo con él, o ya lo han hecho. Intentaremos mediante la lectura y la confrontación de los casos con la teoría comprobar una de las premisas psicoanalíticas más básicas: el síntoma como función; “Lacan nos invita a considerar el síntoma como una función matemática, como una f(X) que realiza la transferencia de la contabilidad al goce, de lo simbólico a lo real14. Hacer un tratamiento de lo real por medio de la letra, tratar el goce por medio del significante. Recuperar algo de goce en lo simbólico. “La última enseñanza de Lacan cambia sus coordenadas para plantear que todo síntoma – y no solo el psicótico- está hecho de la incidencia de lo simbólico sobre lo real. Esto implica generalizar que todo el mundo delira, se plantea una suerte de generalización de la psicosis. Pero además hay una disciplina que depende de esta incidencia: la ciencia15. La ciencia nos devolverá la vida, esperamos, nuestra vida anterior. Pero no estamos tan seguros de que logre curar nuestros síntomas…. porque el síntoma, del que padecemos, pone a prueba la ciencia que concierne a los seres hablantes. En sintonía con lo anterior se encuentra el paso que dio Lacan, que fue afirmar que el síntoma asienta en lo real. Entonces podemos coincidir con el Freud de 1895 en, quizás, una de las premisas que no varían en psicoanálisis, que sigue siendo la misma respuesta para una vieja incertidumbre: “La terapia no consiste entonces en extirpar algo —hoy la psicoterapia es incapaz de tal cosa—, sino en disolver la resistencia y así facilitar a la circulación el camino por un ámbito antes bloqueado16.

¿Entonces? Permitidme que insista, ¿Qué pintamos aquí? Si el síntoma toca lo real, ¿qué se hace con él? Si no es dar sentido… si no es dar amor… si no es dar medicación ni vacunarse contra el sufrimiento… No seguimos la vía intelectual, ni la vía romántica ni la vía científica. “A partir de un real como causa, rearmar el mundo para que se sostenga17. Así define Miller en “Los signos del goce” el trabajo del loco Schreber. Ahora esta cita se nos vuelve oportuna. Y no tanto por el desarme del mundo, sino porque este desarme propicia la emergencia del sinsentido allí donde el Otro se muestra impotente para dar respuestas a los problemas que nos acorralan. Y en las brechas de este Otro, en lo resquicios del sinsentido aparece, como no, la dimensión del síntoma. El modo de goce que ordenaba el mundo, sostenido en las propuestas que el sistema de consumo de masas nos proporcionaba, encuentra ahora su límite. Esto no hace que aparezca el deseo (¿es que habremos perdido nuestra capacidad de desear?) si no que da lugar a la emergencia del síntoma como aquello que no se deja domesticar por las medidas de cautela y de prevención.

¡Qué saber está en juego en este tiempo! ¿Qué se hace con los síntomas? Esta es la otra pregunta fundamental además de la de la pertinencia de nuestra presencia. Ahora que algunos significantes amo son destituidos… no parece ser un final, como algunos han querido ver. Ni siquiera algo que se pudiera parecer a un final de análisis: emergen otros para representarnos evanescentemente. Sin embargo una constante, el síntoma, que nos orienta en nuestra especulación de saber. No se trata ya de qué Otro sabrá, supuestamente, cómo orientarnos. Se trata de ese saber sin sujeto que implica un modo de gozar, allí donde las certezas palabreras, los discursos, no alcanzan para taponar la falta en el Otro. “Para que algo exista – nos dice Miller- hace falta un agujero18. A cada agujero su existencia, a cada real su síntoma, y en los agujeros que se abren en nuestra realidad es donde emerge, cada vez con más fuerza salvaje, el síntoma.

Eduardo Velázquez Navarrete
Socio de la Sede de la ELP de Granada

Referencias:

  1. Freud. Estudios sobre la histeria. Sobre la psicoterapia de la histeria. Amorrortu Editores. Pag 276.
  2. Freud. Opus cit. Pag 301
  3. Freud. Opus cit. Pag 275.
  4. Freud. Opus. Cit. Pag 275.
  5. Miller. Los signos del goce. Pag. 271.
  6. Miller. Opus cit. Pag. 272.
  7. Miller. Opus cit. Pag. 289 a partir de la definición de Lacan en RSI.
  8. Miller. Opus cit. Pag pag 308.
  9. Milller. Opus cit. Pag 312
  10. Freud. Opus cit pag 305-306.
  11. Miller. Opus cit. 313.
  12. Miller. Opus cit. Pag 316
  13. Freud. Opus cit. Pag 302.
  14. Miller. Opues cit. Pag 299.
  15. Miller. Opus cit. Pag 411
  16. Freud, Opus cit pag 296
  17. Miller. Opus cit. Pag 390.
  18. Miller. Opus cit. Pag. 234.

Textos:
«Los signos del goce», J.A. Miller. Capítulo XIII: «La invención de saber» y XIV «Goce, saber y verdad».
Presenta: Eduardo Velazquez
Presenta caso: Javier Cepero

Responsables:
María José Olmedo
Eduardo Velázquez

Actividad presencial y on-line:
Presencial: C/ Camino Real de los Neveros 48. 18008 Granada
Online: Sala Virtual de Conferencias – Plataforma Zoom

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