Acudo, pasadas no recuerdo bien si un, dos o tres, semanas –¿de cuántos días?– después de escuchar a Irene Domínguez hablar, a ensayo. En esa mini-célula singular de creación teatral junto a Sara Molina, y supuestamente al hilo de una de nuestras madejas de trabajo, el tándem realidad/ficción, hablo. Comparto mi cuento cuenta del par de cosas que me siguen resonando de la conferencia que tituló “La utilidad de lo inútil en psicoanálisis”. Una, digo, es un mero sintagma: “producciones inútiles”. Ese hatillo freudiano –baladí para los tipos-tipas-tiempos– que tan solo el psicoanálisis (y el arte) atiende, guarda como tesorillo en paño: sueños, lapsus, actos fallidos y síntomas. La otra, añado, es una frase que, creo, puedo reproducir completa: “Las palabras no quieren decir lo mismo para cada sujeto”. Ahora bien, si el lector o colega fuera un cliente exigente, un peoncillo ideológico y libidinal del capitalismo comme il faut, andaría sumamente insatisfecho con esta sin-opsis que mengua –a una frase y un sintagma– una conferencia extra-ordinaria de una hora y media de duración, discursivamente bien templada en siete epígrafes o meandros argumentales (uno-Paradoja / dos-Antígona / tres-Goce / cuatro-Desechos / cinco-Nunccio Ordine / seis-Capitalismo…) para ir a parar a la séptima-mar-ejada o cajero insólito (La verdad).
Un blanco pompón ovalado sobre una estaca / L´après-midi, la siesta, d´un ganso al ojo es blanco / ¿fácil?… Catorce sílabas, diez más cuatro, podría ser el comienzo de un poema inconcluso, ¿a quién, qué ojo o blanco mullido sentido sirve?
Lo obvio: me sirve a mí, para mi divertimento y, de paso, entre-cerrarle amablemente a usted, a –casi– todo otro, el maxipower de sentenciar la utilidad o inutilidad de la comparativa. Lo útil e inútil, preferentemente, debiera dormir en cada subjetividad la fauna siesta del ganso: a la pata coja y con la cabeza escondida bajo el ala, a la espera de que cada quien invente o descubra o pelee que es un sentido sinsentido bailable. Un significante vacío que paradójicamente se nos sirve pomposamente relleno, como una diana con el blanco ya marcado, de antemano.
Quien suele decirnos lo que vale un peine –lo que ha de rentarnos como beneficio útil o inútil en nuestras vidas– es el mercado, también llamado por Lacan el discurso capitalista; un simulacro de discurso, de hacer lazo entre los seres, falso, de chichinabo, porque niega lo imposible, y en ese hacer como si no existiera el otro/ la imposibilidad, permite transformar cualquier cosa en un producto de mercado, que a su vez es transformar cualquier cosa en promesa pompa por venir de felicidad. Se presenta como indestructible, completo, ilimitado, sin punto de detención, que –remarcó Domínguez– es la estructura que comparten la omnipotencia narcisista del yo y –ojo– la adicción.
Que ese dios destructivo y fanfarrón nos corre a todos por las venas es algo que no dijo tal que así ella, pero panchamente añadiría yo. Algo tan fácil como pensar en que nadie querría que se talaran árboles, pero todos querríamos una casita rodeada de arboledas. O no todos… Como por ejemplo el músico –no sabemos si calvo o no– del que habló Dominguez, que se sirve de un peine no para peinar-se, sino para musicar, tocar-lo, y pongamos vive a gusto en su barrio sin mucho ni bastante ya es suficiente arbolito a mano.
Claro que para eso, para poder dar entrada a cualquier verdad de usted que incorpore la falta o el fracaso o el desconocerse, tiene tendría cualquier usted que estar dispuesto a perder algo. Algo de nuestras, sus, satisfacciones onanistas tanto con lo displacentero-destructivo-placentero como con el eterno jardín de la omnipotencia infantil. Y solo entonces –¡qué curioso y qué extraordinaria coincidencia!, como se dicen el matrimonio del Sr y la Sra Smith de La cantante calva, de Ionesco, que conversando se asombran de habitar la misma cama porque se desconocen el uno al otro y celebran re-conocerse desconociéndose– tal vez usted y yo andemos considerando la extraordinaria utilidad de las producciones inútiles… no solo en las artes, contando sílabas o gestos, trazos, imágenes ganseando, sino también pagando la libra de carne por perder, pasando por el cajero insólito de un psicoanálisis.
Mónica Garcés
Socia de la Sede de Granada