Acepté enseguida el ofrecimiento de María José Olmedo de redactar estas pocas líneas porque me contagié del virus del deseo que Paloma Blanco propagó desde el redondel quemado de la maleza fija de sus pulsiones. Acepté porque consentí esa tarde
Acepté enseguida el ofrecimiento de María José Olmedo de redactar estas pocas líneas porque me contagié del virus del deseo que Paloma Blanco propagó desde el redondel quemado de la maleza fija de sus pulsiones. Acepté porque consentí esa tarde