Pertenezco a una generación de personas que empezamos a ser adultos jóvenes durante la bonanza económica de los años 2000. Todo iba bien: nos formamos, nos licenciamos, comenzamos a tener hijos, a crear familias, a buscar vivienda… Somos profesionales que ahora tenemos entre 35 y 45 años pero que vivimos esta etapa entre los 25 y los 35. “No os preocupéis”, nos decían. “Compraos un piso, el trabajo no os va a faltar”. Eso hicimos durante el período 2000-2008 aproximadamente.

Poco a poco nos fuimos incorporando al mundo del trabajo, aunque no nos dio tiempo a estabilizarnos. En 2008, sin esperarlo, nos encontramos con una crisis en un momento en que nuestras familias ya estaban formándose, con hijos pequeños, con pisos pequeños por los que habíamos pagado mucho en los años del boom inmobiliario, pero de repente con trabajos precarios y una gran incertidumbre.

En esta situación en el período 2010-2017 muchos de nosotros sufrimos la presión de la inestabilidad laboral, ya con una edad en la que se supone que deberíamos haber comenzado a estabilizarnos, entre los 30 y los 40 años. En este contexto establecí un vínculo con la escuela lacaniana de psicoanálisis, pero es cierto que las condiciones económicas, la precariedad laboral y las dificultades familiares no pusieron fácil esta implicación. Realmente estábamos intentando sobrevivir como podíamos. Las consultas privadas funcionaban solo a medias, la administración no sacaba puestos de trabajo, las empresas intentaban maximizar sus beneficios, y ahí estábamos los “adultos jóvenes”, muy formados, y muy precarios.

En mi caso no fue una época fácil. Había que conseguir “estar dentro”, como fuera. Dentro del mercado laboral, dentro las bolsas de trabajo, dentro de las ofertas de empleo público. Para ello había que hacer cursos homologados, admitir contrarios precarios para “hacer puntos” y cumplir con las exigencias de la administración, compitiendo con nuestros compañeros, aceptando las condiciones que nos imponían: aparecieron los criterios, la tasación de los logros, la consecución de méritos.

Parece que ya solo existe la crisis del covid, pero la crisis económica de 2008-2014 tocó a mis coetáneos de una manera importante puesto que nos vimos impelidos, justo cuando debíamos comenzar a organizar nuestra vida, a vivir con la incertidumbre, a buscar nuevas salidas, a desconfiar de las políticas socioeconómicas…. crisis que aunque parezca que se ha solucionado económicamente supuso un cambio importante en el sentir social. Las cosas no han vuelto a ser iguales. Los jóvenes que han venido después dan por sentada la precariedad socioeconómica, laboral y familiar. No se sorprenden.

La alianza entre dos vertientes, la de los méritos y las condiciones, por un lado, y la del mercado de trabajo, por otro, establece una “política de criterios”, tan llamativa a nivel social, y que básicamente se establece en torno a aquello que un Otro demanda. Criterios de inclusión o de exclusión. Estar dentro o estar fuera se juega en unos criterios protocolizados. Varios jóvenes me comentan su situación laboral y la ferocidad de los criterios de selección. El objetivo, explican, es simple: “conseguir estar dentro”, “no quedarse fuera”, no estar entre aquellos que no cumplen los criterios establecidos, imperativo que presiona agudamente a muchos de los adultos jóvenes que hoy han dado por supuesta esta política de los criterios.

La transferencia de trabajo con la escuela, espacio donde llegué a partir de mi análisis personal, ha estado marcada por todo este contexto social. A la par decidí salir del sistema sanitario con objeto de conseguir abandonar la precariedad y encontrar una dignidad “asistencial”, en mi trabajo diario con pacientes. En el año 2018 obtuve mi plaza de médico forense, tras tres años de estudiar unas oposiciones de 300 temas a la par que trabajaba con contratos a tiempo parcial o con interinidades en el sistema sanitario público como psiquiatra, compartía la precariedad con mi mujer y entre ambos nos apañábamos para conciliar, como podíamos y con la ayuda de nuestros padres, la vida familiar y la laboral. Una vez más, había que conseguir estar dentro de los pocos que pudieran obtener la plaza.

Luego vino el covid. Ya sabemos lo difícil que fue para todo el mundo, y lo que supuso, de nuevo, a nivel social. Otra crisis… cargada de datos, de redes sociales, de grupos de riesgo… A la par que una “política basada en los criterios” se ha ido estableciendo la “gestión de datos”. Vivimos en un sistema obsesionado por los datos y su análisis, con la esperanza de que de este análisis se pueda llegar a conocer algún tipo de verdad. La cuantificación borra las diferencias individuales, aquello que cada uno resta al grupo y por lo que se diferencia. Los datos que importan son aquellos que pueden estar agrupados y alcanzar un volumen suficiente para que sean estadísticamente significativos y suficientemente representativos de una sociedad. ¿Qué ocurre entonces con todos esos avatares subjetivos que se esconden, no solo detrás de cada cuantificación estadística, sino detrás de aquellos datos que por ser tan peculiares no llegan a ser cuantificados por nadie?

El análisis de datos además es utilizado por los algoritmos de las tecnologías de la información y comunicación que cada vez buscan una homogeneización de la masa de consumidores, bajo la excusa de la personalización de las experiencias en redes. Aparece otro Otro, no ya la institución que exige cumplir los criterios, sino que continuamente observa las tendencias y nos propone incluirnos otra vez en las mismas. Ya no es un Otro que demanda alcanzar objetivos, sino un Otro que propone formar parte de algo mediante tendencias globalizadoras.

¿Cómo formar parte de algo? Esta es la pregunta, en definitiva, que intento responder. Las propuestas parecen ser o bien seguir una tendencia homogeneizada o bien alcanzar unos criterios exclusivos. Propuestas que parecen dicotómicas. La primera dirigida a la masa. La segunda, reservada a unos pocos privilegiados. Pero ambas surgen de un más allá de cada sujeto, sin que nadie sepa muy bien dónde está este Otro de donde surgen. Existe, además, un elemento común a ambas situaciones: la angustia, que atraviesa a cada ser hablante por el hecho de que no sabemos qué somos. En definitiva, es la angustia de cada uno la que hace que nos sintamos tentados a pasar por alguna de las dos variantes de inclusión, para formar parte de algo, para no caer en la lógica de la segregación.

Pero más allá de la angustia, que nos pueda llevar o no a permitir esta lógica, está el síntoma y el deseo, también de cada uno, que no se rinde a la homogeneización ni cabe en ningún tipo de criterio.

¿Cómo cuantificar la experiencia subjetiva del síntoma? ¿Cómo explicar en unos datos cuantitativos la experiencia de un análisis? En mi caso, las dificultades vitales han supuesto también crisis personales. ¿Cómo explicar la entrada en mi primer tramo de análisis, al terminar la residencia de psiquiatría y sin saber a dónde ir? ¿Cómo explicar la angustia y las soluciones sintomáticas que surgieron tras el segundo tramo, cuando en el año 2012 perdí el trabajo, con una hija pequeña y sin cobrar un subsidio de desempleo? ¿Cómo explicar mi tercera entrada en análisis después de la sorprendente muerte de mi padre en medio de una pandemia, con mi mujer trabajando 12 horas al día haciendo frente a la avalancha sanitaria que supuso para los médicos el covid, y en las circunstancias en las que una muerte en aislamiento se produce? Imposible de explicar con un dato. Imposible de hacerlo caber en ningún tipo de criterio. ¿Cómo explicar la práctica de cada uno cuando la crisis de la administración nos proponía ver a los pacientes sin saber si estaríamos en nuestro puesto de trabajo en los meses siguientes?¿sin saber si en nuestras consultas privadas los pacientes volverían, o tendrían que cambiar de ciudad o país, o si podríamos sostener la consulta privada de una manera digna?

Desde el año 2008 estamos viviendo una época de grandes cambios y muchos de ellos a peor. Grandes interrogantes se despliegan. Escucho a varios jóvenes en análisis que vienen a mi consulta y tanto la incertidumbre como la precariedad son comunes en su decir. Y aún así vienen a analizarse y entre otras cosas a intentar comprender la implicación subjetiva de cada cual en esta incertidumbre y en esta precariedad. Igual que yo hube de hacer, para encontrar una salida menos tonta que la homogeneización o la competitividad selectiva. Una salida un poco más digna para llegar a formar parte de algo. Llegar a formar parte de algo que implique despegarse de estas identificaciones mortíferas pero sin abandonar la singularidad que se encuentra en el propio síntoma y el propio deseo. Esta dignidad no la esperan en una estrategia con condiciones ni en un análisis de datos sino en espacios en el que puedan desplegar un deseo de trabajo singular, libre, y que esté a la altura de la subjetividad de “los jóvenes” de nuestra época. No lo encuentran en la universidad, ni en la empresa, ni en la vida política, ni en sus lugares de trabajo, ni en la institución sanitaria… Y no estoy seguro de que puedan encontrarlo en ninguna institución que se sume a los movimientos homogeneizadores o selectivos.

Tenemos entre todos dos responsabilidades. Una es política: conseguir para los jóvenes la suficiente oportunidad y accesibilidad al mercado laboral y a los bienes y servicios básicos con garantías de estabilidad y seguridad. La otra es ética y práctica: crear, promover y proporcionar lugares donde los jóvenes puedan desplegar un deseo de trabajo, más allá de la cuantificación y de la estandarización selectiva, atendiendo a la diferencia de cada uno, encarnada en su síntoma y en su deseo. Creo que esta es la forma que esperan de que les propongamos formar parte de algo. Así de complejo. Así de simple.

* Texto publicado previamente en el Blog de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis

Eduardo Velázquez es socio de la sede de Granada de la CdA-ELP

¿Cómo formar parte de algo? por Eduardo Velázquez Navarrete
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