Freud publicó el caso Dora por primera vez en 1905, aunque ya estaba escrito en 1901. El trabajo puede considerarse un eslabón intermedio entre La interpretación de los sueños y los Tres ensayos de teoría sexual, por lo que, a lo largo del texto, encontraremos ideas que
enlazan con ambos trabajos. Destacan sobre todo las referencias a La interpretación de los sueños, puesto que Freud consideraba el caso Dora como un ejemplo con el que poder ilustrar las teorías vertidas en aquel trabajo previo.
Además de ser uno de los primeros ejemplos sobre interpretación de los sueños, en el caso Dora podemos encontrar otros conceptos freudianos fundamentales para el psicoanálisis. Así, podemos ver también una importante referencia a la transferencia, concepto que resulta crucial para entender el desenlace del caso, cuyo tratamiento se ve finalmente interrumpido, dejando la cura inconclusa. De hecho, este final precipitado es la causa de que Freud lo
considere sólo un fragmento de un análisis, puesto que lo considera inacabado.
Por su parte, Lacan comenta el caso Dora en varios momentos de su obra. Es un caso al que retorna de forma recurrente, aportando nuevas capas, nuevos puntos de vista y complejizando sus observaciones. Así, encontramos comentarios sobre Dora en el escrito “Intervención sobre la transferencia” y en los Seminarios 1, 3, 4, 8, 10 y 17.
Mientras que el abandono del tratamiento por parte de Dora será leído por Freud en términos de error en el manejo de la transferencia, para Lacan se trata de un tropiezo por parte de Freud, quien no llega a apreciar la identificación masculina en la histeria.
El título de este Seminario, “Las enfermedades del padre”, parece apropiado a la hora de hablar del caso Dora puesto que, leído ahora, a la luz de nuestra época, se hace difícil no alzar ninguna crítica de las que se hacen al heteropatriarcado. No olvidemos que el vodevil, como lo denomina Lacan, incluye las insinuaciones sexuales de un señor mayor hacia una chica joven, incluso cuando ella es menor de edad. No obstante, dejaremos de lado las consideraciones morales sobre el caso y nos centraremos en lo que el caso ofrece a la reflexión psicoanalítica.
Dora, sus síntomas y su familia
Cuando Dora inicia el tratamiento con Freud es una chica de 18 años que vive con sus padres y está aquejada de diversos síntomas que ya habían propiciado el diagnóstico de neurosis histérica.
Los síntomas que padecía o había padecido eran los siguientes:
– A los 8 años sufrió ataques de disnea
– A los 12 años comenzaron migrañas −que después desaparecieron− y ataques de tos.
– Entre los 16 y 18 años, a los ataques de tos se le sumaron episodios de afonía total.
– A los 17 años sufrió un cuadro abdominal que se diagnosticó como apendicitis.
– A los 18 años se produjo un intento de suicidio.
Aunque Freud ya la había atendido en una ocasión, a los 16 años, e incluso había prescrito que iniciara tratamiento psicoanalítico, no fue hasta los 18 años cuando este tratamiento comenzó, una vez que los padres encontraron una carta de despedida que presagiaba un eventual plan suicida de la joven.
En ese momento, los síntomas de Dora habían empeorado, puesto que a los ya descritos, se sumaron un “cansancio y una dispersión mental” que la alejaban del trato social. Además, los padres se quejaban de su carácter ya que, además de la habitual animadversión hacia la madre, ahora era también frecuente que mantuviera discusiones con su padre. De hecho, tras una de estas discusiones con el padre, Dora había sufrido un ataque de pérdida de conciencia.
El padre es calificado como la persona dominante del círculo familiar de Dora. Es un hombre “que andaba por la segunda mitad de la cuarentena, de vivacidad y dotes nada comunes” 1 y que poseía fábricas que eran el sustento familiar, permitiéndoles una situación económica holgada. Dora se hallaba muy apegada a él, en parte, por los problemas de salud que el hombre había padecido desde que ella era una niña. Así, cuando Dora tenía seis años, su padre contrajo una tuberculosis; cuando tenía diez, el padre se vio afectado de un desprendimiento de retina; y, finalmente, cuando tenía alrededor de 12 años, el padre sufrió diversos síntomas que fueron diagnosticados de sífilis. De hecho, esta última enfermedad fue diagnosticada por Freud.
A causa de la tuberculosis del padre, la familia se trasladaría a la ciudad B., lugar de mejor clima, que se convertiría en su residencia durante años y en la que conocerían al Señor y Señora K., los otros protagonistas de este historial clínico.
Acerca del padre, en su lectura del caso, Lacan señala que “la carencia fálica del padre atraviesa toda la observación como una nota fundamental, constitutiva de la posición” 2 . De hecho, para Lacan, el inicio de los síntomas histéricos de Dora lo justifica precisamente esta carencia del padre, de modo que podemos afirmar que la fijación de Dora −como histérica− a su padre, es en tanto que padre idealizado, padre que como tal conserva una suerte de
potencia simbólica que va más allá de la situación real del padre 3 .
Dora y los K.
El padre de Dora había trabado amistad con el Señor y la Señora K. a raíz de su traslado a la ciudad de B. La relación se había vuelto muy estrecha, en particular con la Señora K., quien cuidaba al padre de Dora cuando se encontraba enfermo. Por su parte, Dora, cuidaba de los hijos de la pareja como si fueran sus propios hijos. Además, mantenía también una amistad con el Señor K., con quien salía a pasear con frecuencia. Sin embargo, esta relación se quebró,
según contó la propia Dora a sus padres, después de que el señor K. le hiciera una “propuesta amorosa” 4 . Esta escena se conoce como la escena del lago puesto que se había producido en uno de los paseos de Dora y el señor K. en los alrededores de un lago, en una ciudad en la que Dora y su padre estaban pasando un retiro vacacional invitados por los K., en una casa propiedad de estos. La respuesta de Dora a la proposición del señor K. había sido darle una
1 S. Freud, “Fragmento de análisis de un caso de histeria”, Obras completas. Vol. VII. Amorrortu, Buenos
Aires, 1992, p. 18.
2 J. Lacan, “El Seminario: Libro 4. La relación de objeto”, Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 142.
3 J. Lacan, “El Seminario: Libro 17. El reverso del psicoanálisis”, Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 100.
4 S. Freud, “Fragmento de análisis de un caso de histeria”, op. cit., p. 24.
bofetada. Tras enterarse de este episodio, el padre de Dora confrontó al señor K., quien atribuyó todo a una invención de la joven, a la que decía muy interesada en asuntos sexuales −con el consiguiente deshonor que esta acusación podía suponer en la sociedad vienesa de principios de siglo XX−. Esta explicación bastó al padre, que acudió a Freud calificando la acusación de la hija como una fantasía imaginada por ella. Para él, además, esta fantasía era el origen del mal comportamiento de Dora hacia él, puesto que, desde aquel momento, Dora
exigía a su padre que rompiera relaciones con los K., en particular con la señora K.; algo que el padre clamaba no poder hacer porque le unía a ella una estrecha y decorosa amistad, siendo “dos pobres seres” que se consolaban el uno al otro “en una amistosa simpatía” 5 . Así, el mantenimiento de la relación con los K. era el origen del conflicto entre Dora y su padre. Tanto es así que este fue el motivo de la discusión que causó aquel primer ataque de pérdida de conciencia.
Se inicia así el tratamiento analítico de Dora, que revelará más adelante que no era este el primer encuentro de este tipo que se había producido entre ella y el señor K. De hecho, cuando tenía unos 14 años, el señor K. la había besado en una ocasión en que el hombre había propiciado que se quedaran a solas. Frente a este beso, forzado por el señor K., Dora sintió asco y, su reacción fue salir corriendo. Después de esto ninguno de los dos comentó nada y su relación permaneció inalterada, salvo por el hecho de que Dora evitó encontrarse a solas con el señor K. durante un tiempo.
Freud señala en varias ocasiones que cualquier joven sana habría sentido excitación sexual en esa situación y, por eso, califica la reacción de Dora como histérica en todos los sentidos. Vistos ahora, desde la óptica de las concepciones sociales de nuestra época, algunos de estos comentarios de Freud nos resultan escandalosos. Podríamos afirmar que Freud menosprecia el libre albedrío del deseo femenino −llega a decir que conoce al señor K. y que este podía considerarse un hombre atractivo 6 −. Más allá de esta queja por nuestra parte, la relevancia de
este punto se sitúa en que en realidad esta concepción guía toda la intervención, de modo que Freud insiste en el amor de Dora por el Señor K., cuestión que precipitará el abandono del tratamiento por parte de la paciente.
Con respecto a la señora K., Dora manifestaba múltiples quejas sobre la relación que su padre tenía con ella. Mientras que el padre aducía que su relación era, como hemos dicho anteriormente, de una amistosa simpatía, Dora sostenía que la relación había ido bastante más allá y tenía pruebas de que en realidad eran amantes. Por esto, a Dora le parecía que su padre consentía el interés que el señor K. mostraba en ella porque suponía una suerte de
intercambio entre ambos hombres −la mujer por la hija−, aunque no fuera este un trato consciente. Sin embargo, Freud no cae en el espejismo que suponen estos reproches de Dora a su padre. En lugar de convenir con la joven en afear la conducta al padre, él se dedica a lo verdaderamente importante, que es, cuál es el papel de Dora en toda esta situación. Los reproches que Dora le hacía a su padre también podía hacérselos a ella misma puesto que
Dora era conocedora y consentidora de la relación de su padre con la señora K. desde hacía tiempo y no había hecho nada por romper dicha relación.
La hipótesis de Freud:
5 Ibid., p. 25.
6 Ibid., p. 27.
Pasemos a desgranar la hipótesis que sostiene Freud que supone el conflicto inconsciente en este caso:
Dora “[…] Se identificaba con las dos mujeres amadas por el padre: con la que amaba ahora y con la que habría amado antes. La conclusión resulta obvia: se sentía inclinada hacia su padre en mayor medida de lo que sabía o querría admitir, pues estaba enamorada de él” 7 .
Esto debía haber sido así durante la infancia; sin embargo, en la época en la que el padre comenzó a intimar con la señora K., Dora, en lugar de sentirse desplazada y celosa −al menos conscientemente− toleraba dicha relación y se llevaba bien con la mujer. Entonces, se pregunta Freud, ¿qué había producido que este enamoramiento por el padre se reavivara hasta el punto de generar las exigencias de Dora por que su padre abandonara toda relación con la señora K.? Pues bien, la respuesta a esta pregunta es que esto servía “como síntoma reactivo para sofocar alguna otra cosa que, por tanto, era todavía más poderosa en el inconsciente” 8 . Este otro contenido inconsciente era el enamoramiento de Dora por el señor K. Así, la “vieja inclinación hacia el padre”, la protegía frente al enamoramiento del señor K. Sin embargo, detrás de estos enamoramientos queda aún una tercera moción amorosa, una aún más inconsciente y que fue infravalorada por Freud durante el tratamiento con Dora 9 (él mismo lo expresa así en una nota a pie de página al final de la obra). Se trata del enamoramiento de Dora por la señora K. Ante esta sospecha, Freud preguntó acerca de larelación entre ambas mujeres, y la respuesta de Dora confirmó la hipótesis freudiana. Al
parecer, ellas siempre se habían entendido bien, hasta el punto de que Dora incluso compartía habitación con la señora K. cuando pasaba días en casa de esta. Era ella, por cierto, la fuente de la que Dora había adquirido su conocimiento sobre temas sexuales. De esta forma, el enamoramiento renovado de Dora hacia su padre y los celos frente a la señora K., eran una fórmula que le permitía protegerse de los sentimientos contrarios que permanecían
inconscientes, es decir, de su atracción por la señora K. En resumen, habría como tres capas de “mociones amorosas”, la primera, las más superficial, el amor al padre que servía como protección frente al enamoramiento del señor K. −la segunda capa− y, finalmente, la capa más profunda, la atracción por la señora K.
La lectura lacaniana:
La primera referencia que hace Lacan al caso Dora es un comentario acerca de la transferencia. Más allá de la crítica que le hace a Freud, señalando cómo en este caso se deja llevar por sus prejuicios y trata de guiar a Dora hacia el destino que cabría esperar para una muchacha de su época, es decir, casarse con el señor K. −obviando, así, la importancia de la señora K.−, Lacan reseña ampliamente en su escrito Intervención sobre la transferencia que el caso se construye “bajo la forma de una serie de inversiones dialécticas” 10 . Para Lacan, este hecho va más allá de
un simple método de exposición del caso por parte de Freud y se trataría de la forma en la que avanza la cura. “El psicoanálisis es una experiencia dialéctica” 11 en torno a la verdad. De esta
7 Ibid., p. 50.
8 Ibid., p. 52.
9 Ibid., p. 104.
10 J. Lacan, “Intervención sobre la transferencia”, Escritos, Siglo XXI Ed., Buenos Aires, 2003, p. 207.
11 Ibid., p. 205.
forma, la transferencia puede definirse en términos de dialéctica. Siguiendo esta línea de pensamiento, Lacan analiza el caso Dora desde esta perspectiva, planteando que toda la cura es un baile de tesis, antítesis y síntesis entre Dora y Freud.
De esta forma, encontramos al principio lo que Lacan denomina el primer desarrollo de verdad, es decir, los hechos tal y como se los plantea Dora en el primer encuentro que tiene con Freud y que son resumidos en el escrito lacaniano de la siguiente manera: “La señora K. y su padre son amantes desde hace tantos y tantos años y lo disimulan bajo ficciones a veces ridículas, pero el colmo es que de este modo ella queda entregada sin defensa a los galanteos del señor K., ante los cuales su padre hace la vista gorda, convirtiéndola así en objeto de un odioso cambalache”. La tesis de Dora es que esta es la realidad y poco puede hacerse con ella salvo darle la razón en su enfado. Sin embargo, la respuesta de Freud apunta en otra dirección, constituyendo un claro ejemplo de lo subversivo del abordaje freudiano de la enfermedad mental que deja de lado la visión pasiva del paciente para introducir un elemento inexplorado hasta ese momento y que es crucial en el psicoanálisis; esto es, la responsabilidad del sujeto en su propio devenir sintomático. En el caso Dora, la respuesta de Freud, que podría
considerarse la primera inversión dialéctica, es devolverle a Dora la siguiente pregunta: “cuál es tu propia parte en el desorden del que te quejas” 12 .
Guiándonos a través de las interpretaciones de Freud a Dora, Lacan arriba a la que debería haber sido la tercera inversión dialéctica, donde se produce el tropiezo de Freud. Aquí se trataría de entender “el valor real del objeto que es la señora K. para Dora. Es decir, no un individuo, sino un misterio, el misterio de su propia feminidad, queremos decir de su feminidad corporal, tal como aparece sin velos en el segundo de los dos sueños” 13 . Así, la moción homosexual freudiana, es interpretada por Lacan como la interrogación de Dora por la feminidad.
De esta forma, por tanto, Dora no estaría enamorada del señor K., sino que estaría identificada a él. Por este motivo, la situación, la opereta vienesa −como llega a describirlo Lacan 14 − se derrumba una vez que el señor K. enuncia que su mujer no tiene ningún valor para él. Es en este momento cuando él mismo pierde el valor para Dora porque deja de cumplir la función que tenía para ella.
Como decimos, por tanto, el tropiezo de Freud se produce en no ponderar la importancia de la señora K. e insistir en la tesis del enamoramiento de Dora por el señor K. Insiste hasta el hartazgo, recordemos si no cómo en la penúltima sesión Freud aprecia como un éxito de su interpretación el hecho de que la joven “ya no lo contradijera más” 15 , cuando es en ese momento donde la joven ya ha decidido que interrumpiría el tratamiento.
Los sueños:
El segundo sueño:
El contenido del segundo sueño es el siguiente:
12 Ibid., p. 208.
13 Ibid., p. 209.
14 Ibid., p. 132.
15 S. Freud, “Fragmento de análisis de un caso de histeria”, op. cit., p. 91.
“Ando paseando por una ciudad a la que no conozco, veo calles y plazas que me son extrañas. Después llego a una casa donde yo vivo, voy a mi habitación y hallo una carta de mi mamá tirada ahí. Escribe que, puesto que yo me he ido de casa sin conocimiento de los padres, ella no quiso escribirme que papá ha enfermado. «Ahora ha muerto, y si tú quieres, puedes venir».
Entonces me encamino hacia la estación ferroviaria [Bahnhof] y pregunto unas cien veces: «¿Dónde está la estación?». Todas las veces recibo esta respuesta: «Cinco minutos». Veo después frente a mí un bosque denso; penetro en él, y ahí pregunto a un hombre a quien encuentro. Me dice: «Todavía dos horas y media». Me pide que lo deje acompañarme. Lo rechazo, y marcho sola. Veo frente a mí la estación y no puedo alcanzarla. Ahí me sobreviene
el sentimiento de angustia usual cuando uno en el sueño no puede seguir adelante. Después yo estoy en casa; entretanto tengo que haber viajado, pero no sé nada de eso… Me llego a la portería y pregunto al portero por nuestra vivienda. La muchacha de servicio me abre y responde: «La mamá y los otros ya están en el cementerio [Friedhof]»” 16 .
Freud trabaja el sueño a través del texto, no de su imaginería, descomponiéndolo en diferentes partes que permitirán establecer puntos de partida para la asociación libre. No entraremos hoy en detalle en todos los elementos, pero señalaremos dos:
– El deambular sola por la ciudad conecta con una ocasión en la que Dora estaba haciendo turismo en Dresde con unos primos suyos. Uno de ellos se ofreció a hacer de guía, pero ella rechazó la propuesta y se marchó sola. Estuvo en la galería admirando el cuadro de la Madonna.
– La carta que recibe de su madre se vincula con la misma reunión familiar. En dicha reunión, alguien brindó por el padre, deseándole buena salud. Como sabemos, el padre estaba enfermo y esto se asocia en el sueño con la muerte a la que se refiere la carta.
Igualmente, esta carta del sueño informando de la muerte del padre puede conectarse con la carta de despedida que Dora dejó para sus padres. De esta forma se vehiculiza en el sueño un cierto deseo de venganza. En esa carta aparece una expresión, si tú quieres, de la que posteriormente Dora dirá que había un signo de interrogación. De esta forma, lo conecta con la carta que le envió la señora K. para invitarla a la ciudad donde ocurrió la famosa escena del lago.
Freud interpreta el sueño como una “fantasía de desfloración: un hombre se esfuerza porpenetrar en los genitales femeninos” 17 . En esta lectura se muestra de acuerdo Lacan, quien, como ya hemos mencionado, señala insistentemente el carácter de enigma y misterio, de pregunta acerca de la feminidad que supondrían la señora K. o la Madona de la asociación del sueño.
Volviendo a Freud, como sabemos, tras el análisis de este segundo sueño, Dora informa de su decisión de abandonar el tratamiento psicoanalítico. Esta decisión la había tomado unos 14 días antes. Freud le recuerda que este es el tiempo de preaviso que las mujeres del servicio se toman cuando van a despedirse de una casa. Esto sirve a Dora para asociar con una gobernanta que había en casa de los K. y que, cuando ella había estado visitándolos en la
ciudad del lago, había dado un preaviso para marcharse de la casa. Al parecer, dicha gobernanta, había mantenido una relación con el señor K. y este le había dicho lo mismo que a Dora, es decir, que su mujer no era nada para él. La muchacha había cedido y, posteriormente,
16 Ibid., p. 83.
17 Ibid., p. 88.
el señor K. se había desinteresado por lo que la relación entre ambos se había vuelto mala. La gobernanta, contó toda la historia a Dora el mismo día que se produjo la escena del lago. De esta forma, Freud interpreta a Dora que la bofetada y la respuesta negativa hacia la propuesta del señor K. se produjo por una mezcla de celos y de haberse sentido tratada como una chica del servicio. Además, todavía hay otros ecos de la identificación a esta muchacha por
parte de Dora. La carta que Dora recibe en el sueño sería un reflejo de la que la gobernanta recibió de sus padres, quienes le pedían que regresara a casa tras contarles ella lo sucedido con el señor K. Igualmente, Freud ve otro signo de esta identificación en los 14 días de preaviso para abandonar la cura. Los mismos 14 días que Dora tardó en contarle a sus padres lo sucedido, esperando, según Freud, que en ese tiempo el señor K. volviera a mostrar interés en ella. De esta manera se despide Freud de Dora, señalándole que lo que le molesta cuando le recuerdan la escena del lago es que ella había imaginado que el señor K. insistiría en su empeño por casarse con ella. Ella se despidió cortésmente y no volvió al análisis.
BIBILIOGRAFÍA:
1. Freud, S. (1905). “Fragmento de análisis de un caso de histeria”, Obras completas, Vol. VII,
Amorrortu, Buenos Aires, 1992.
2. Lacan, J. El Seminario. Libro 4 – “La relación de objeto”. 1ª ed. 7ª reimp. Buenos Aires:
Paidós, 2008.
3. Lacan, J. El Seminario. Libro 17 – “El reverso del psicoanálisis”. 1ª ed. 7ª reimp. Buenos Aires:
Paidós, 2008.
4. Lacan, J. “Intervención sobre la transferencia”, Escritos, Siglo XXI Editores, Buenos Aires,