- Introducción
Pipol 11, el congreso onceavo de la Eurofederación de psicoanálisis lacaniano que llega puntual cada dos años a celebrar a primeros de julio en Bruselas, nos está sirviendo de inspiración.
Desde sus orígenes el psicoanálisis ha tenido incidencia en el campo social bajo distintas perspectivas, no sólo en lo que se refiere a la acción terapéutica y a las instituciones de salud mental, sino que podemos rastrear su influencia, por acción-reacción, en vastos ámbitos de la escena social y cultural del siglo XX, y lo que va de la nueva centuria. Esto, sin duda, nos retrotrae a Freud, como inventor del psicoanálisis y su influencia multinivel en la sociedad contemporánea. No podríamos imaginarnos la contemporaneidad sin referirnos a expresiones, hipótesis, argumentos, de origen psicoanalítico, que, en muchos casos, han sido popularizados, simplificados, distorsionados, hasta convertirse en jerga corriente y, como tal, a perder bastante de su filo cortante. Morir de éxito, un riesgo para el psicoanálisis. Morir de éxito y convertirse, como advertía Lacan, en un síntoma olvidado de la modernidad.
Esta influencia no podemos comprenderla sin incluir a Lacan en el París de la década de 1960 y 1970, convertido en foco cultural mundial, donde se consolidaba, en gran medida con su inspiración, reconocida o no, una operación compleja de deconstrucción de la autoridad tradicional dadora del sentido precedente, identificada con el patriarcado y sus expresiones. Ejes de este cambio de paradigma son no solo la crítica neomarxista, sino la reivindicación de los llamados autores de la sospecha, como los llamará Ricoeur, que incorpora también, junto a Marx, a Freud y Nietzsche. A todo ello sumamos los avances de la lingüística, en la antropología, la aproximación cualitativa a los fenómenos sociales, los llamados estudios culturales, la apertura a una atención diferente de la subjetividad, la diversidad, entre otras dimensiones centrales.
Aquí, también han surgido críticas, sobre todo desde posiciones digamos de conservadurismo intelectual, que culpan a este movimiento de ser uno de los causantes de la licuación de la sociedad tal como la conocíamos, y la pérdida de rumbo moral de la época contemporánea. Mi idea es que no podemos culpar a los mensajeros del supuesto desastre. El relator no hace otra cosa que analizar críticamente los intentos desesperados de superviviencia, muchas veces desde el autoritarismo y la nostalgia, de un régimen concluso, a partir de múltiples factores históricos, sociales, económicos, políticos, culturales, interculturales, etc. Es posible que el diagnóstico, en algunas ocasiones, haya sido excesivamente simplista y haya dado la impresión de estimular un relativismo poco constructivo.
En este sentido, y ya más recientemente, la orientación lacaniana, liderada por Jacques-Alain Miller, se toma muy en serio la frase de Lacan en “Función y campo de la palabra…”: “Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época”: cambios en la forma de entender la familia, la parentalidad, la identidad de género, el malestar psíquico en la infancia y adolescencia, la vindicación del respeto al síntoma particular y de la escucha activa frente a los eslóganes y el counselling, etc. Aquí también es muy relevante considerar la indicación de Lacan sobre un para-discurso al que llamará discurso capitalista, que va más allá de un sistema económico mundializado, y se convierte en un dispositivo de generación de subjetividades, en un intento definitivo de colonización de la singularidad irreductible del sujeto en su existencia hablante, sexuada y mortal, una apuesta por rentabilizar lo inapropiable de ese ser, inapropiable que es el campo de acción del psicoanálisis
Así, hoy voy a detenerme en la tensión entre dos duplas de conceptos. La función paterna, concretada en el término lacaniano nombre del padre, vs. el patriarcado. Y la comparación y distinción entre sujeto y subjetividad.
Y comenzaremos con el argumento de Pipol 11. Se enuncia que el tema del patriarcado vuelve hoy con fuerza, como diana de ataque por ser el sistema que ha sustentado la forma de dominación histórica, de género, de raza, de hegemonía eurocentrada. El patriarcado reúne en su contra las luchas feministas, las ideologías dichas woke, y el activismo de la comunidad LGBTQIA+. El argumento recoge también una idea importante que es que este cuestionamiento del patriarcado también se escucha en el discurso de los analizantes. Es a partir de este ángulo clínico que se abordará esta cuestión para ampliarla hacia los desafíos sociales actuales.
La potencia del psicoanálisis lacaniano, y esto no podemos olvidarlo, es ese ángulo clínico, no tanto el socioanálisis o la antropología psicoanalítica, que pueda derivarse.
- Tracemos un recorrido.
El contexto de inicio y desarrollo del psicoanálisis, que se va a ir remodelando a lo largo de las décadas, con sus limitaciones, sus síntomas particulares, es el de una sociedad patriarcal que comienza a ponerse en cuestión, donde, por ejemplo, el papel de la mujer, sobre todo tras los movimientos y revoluciones de finales del siglo XVIII y a lo largo del XIX, se resiste a ser definido de manera tradicional, exigiendo una reconstitución fundamental que amplíe los espacios de visibilidad, presencia activa, desarrollo, igualdad…Todo ello frente a muchas resistencias, que no pueden ocultar, sin embargo, que, desde múltiples perspectivas, los ideales patriarcales y viriles hacen aguas por fuera de la nostalgia autoritaria y discriminadora. Políticamente, además, ello coincide con el comienzo de la crisis de los grandes imperios europeos y el desarrollo mundializado de un capitalismo mucho más avanzado y tecnológico, que como discurso viene a sustituir progresivamente al discurso de la autoridad tradicional. Freud detecta este movimiento imparable, y aunque su síntoma como sujeto, que también lo era, es rescatar, conservar, algo de ese padre, de su autoritas, ya en franca decadencia, su trabajo deja entrever también, a través de su legado, que se trata de una empresa imposible. De hecho, el psicoanálisis es testigo excepcional, y realiza un acompañamiento, como decimos, indispensable de todo este proceso desde finales del siglo XIX de redefinición de la diferencia sexual y las relaciones, íntimas y sociales, derivadas.
En esas, Freud, aunque con algunas dificultades, incluso técnicas, se deja enseñar por las mujeres, las histéricas, una verdadera plaga en aquella época, una plaga que pone en solfa los saberes médicos al uso, pues altera las fronteras entre soma y psique, con la implicación de la palabra, del lenguaje. Ellas retuercen el discurso del amo antiguo, le dan una vuelta de tuerca, señalando sus limitaciones…abriendo otra manera de considerar la relación de a 4 entre el sujeto, el S1, el S2 y el objeto resto.
Freud no deja pasar las múltiples indicaciones clínicas que le ofrecen, casi como un don, sus pacientes femeninas. Es Emmy von N., cuyo historial es el segundo en la serie de los Estudios, quien “interpreta” a Freud al respecto cuando le dice más o menos así: “Dr., calle Vd., no me interrumpa, déjeme hablar a mí….».
En una obra muy temprana, sobre la nerviosidad moderna en aquella época, Freud, recoge, con exquisitas maneras en su argumentación, distintas contribuciones de autores coetáneos, que comienzan a interesarse por el declive de los valores sexuales tradicionales en las sociedades occidentales contemporáneas: La paradoja de la moral sexual cultural que tiene en la conyugalidad burguesa su paradigma, y en la doble moral, una relajación de la restricción resultante.
Pero Freud quiere ir más allá, resaltando las diferencias entre hombres y mujeres, y conectando el mantenimiento forzado de esta moral sexual cultural con el incremento de la nerviosidad moderna, en un escenario de franca decadencia donde la doble moral sexual, que claramente beneficia a los varones, no es suficiente para acallar la insatisfacción del deseo femenino, con el consiguiente declive del ideal de masculinidad.
Este es uno de los ejes interesantes para irse adentrando en la temática que nos propone PIPOL. Rastrear, a partir de la herencia freudiana y cómo Jacques Lacan acoge, la relación entre la pregunta por la función de esa autoridad, del padre, y sus declinaciones, en psicoanálisis, conjuntamente con el enigma de la feminidad. A mi parecer, Lacan toma a su cargo, como brújula en su enseñanza, el anudamiento de estas dos cuestiones que identifica en Freud.
- Declive
En el texto sobre los complejos familiares, Lacan ya constata el evidente declive de lo que llamará la imago paterna. Pero los posfreudianos no siempre están a la altura del reto que este anudamiento representa, pero Lacan sí. Lacan se empeña en realizar esta trayectoria hasta sus últimas consecuencias, rescatando y relanzando los apuntes freudianos sobre la doble moral victoriana, y su decadencia, su influencia en la definición de lo femenino, los límites del mito edípico y la significación fálica, su más allá, la pregunta abierta por lo que quiere una mujer…Lacan retomará los territorios freudianos donde lo que algunos llamarán el “eterno femenino” traspasa las referencias patriarcales y la lógica fálica, y que convierte lo femenino en verdadero enigma que suele causar un rechazo histórico, con distintas expresiones epocales.
Esto irá avanzando a lo largo de su enseñanza. Lacan, en su articulación del complejo de castración y del complejo de Edipo, distinguió el lado de la causa significante, donde situó el llamado Nombre-del-Padre, y el lado del efecto de significación, el falo. Estas son las denominaciones que utiliza, con sus dificultades por homologación a elementos patriarcales, pero que, reconozcámoslo, conllevan y condensan también sentidos amplios que han organizado nuestra civilización a lo largo de los siglos: No hay más que pensar en la expresión del cristianismo, en el nombre del padre, o la simbología fecundadora y vital de las representaciones fálicas. No olvidamos, sin embargo, que en los devenires de la liberación femenina estos elementos han quedado muy signados con la dominación viril.
Fruto de esta operación, podemos afirmar que interpretamos la realidad sexual mediante la metáfora paterna. Lacan traduce el mito-complejo edípico en una cuestión estructural, como metáfora del nombre-del-padre. La relación diádica madre-hijo deja paso a una estructura ternaria-y, también de hecho, podríamos decir cuaternaria, donde el padre ocupa un lugar de función, padre instaurado por la madre, ya que será ella quien consienta inscribirlo en su lugar para dar paso al orden simbólico (paso del falo imaginario a sus implicaciones simbólicas), facilitando así la renuncia del niño a la permanente tentativa de ser el falo de la madre, y, por ende, orientando su acceso a la significación fálica, al orden simbólico.
Se trata de un intento de interpretación gracias al Nombre del Padre del deseo de la madre, que tiene como efecto la significación fálica, un modo de cifrar el goce en una dimensión universal, el fálico. El niño encuentra una significación para este deseo: el deseo del Otro materno es el falo, cuya posesión, en tanto que objeto deseado por la madre, es atribuida al Nombre-del-Padre. Subrayamos aquí que Lacan vincula muy claramente el acceso a la significación fálica con el hecho de que el Nombre del Padre entra por vía metafórica en posesión del objeto de deseo de la madre.
Así, gracias al Nombre del Padre el niño puede dar una significación a lo que caracterizamos como el deseo enigmático de la madre (que problematiza la fusión entre madre y mujer): el falo. El efecto de significación es lo esencial del lenguaje en la vertiente del sentido. Lo que queda fuera de esta operación, la otra vertiente del goce femenino no asimilable al deseo materno vehiculado por el goce fálico se convierte en algo heterogéneo. Hay distintas expresiones clínicas relevantes y diferenciales, que se pueden ir desgranando: no es lo mismo el rechazo forclusivo a esta operación, que encontramos en la psicosis, que el goce suplementario, más allá de la modalidad fálica de arreglarse con el goce, que definirá lo que llamaremos el no-to fálico o goce femenino.
- Deconstruyendo al padre
Pero ya en el Seminario 4, Lacan da un giro importante en este sentido, remarcando la vertiente de la función de la castración que, en realidad, se convierte en la pregunta por la función del padre en psicoanálisis, y que rápidamente también, Lacan nos apunta, como venimos defendiendo, se anuda con el enigma de la feminidad. Lacan va a ir deconstruyendo las paradojas, las dificultades en la asimilación padre=amo, hasta llegar a las formulaciones del Seminario 17. En este trayecto, Lacan recurre a diferentes operaciones y así afirma en la pág. 106 del Seminario 17: “Cuando entro en el campo del discurso del amo, el padre está castrado desde el origen”. La verdad del discurso del amo está enmascarada.
La castración se despega de lo anecdótico desde el momento en que Lacan considera que el padre no es más que un efecto del lenguaje, y la castración, una operación efecto de la incidencia del significante, no tanto una operación de amenaza personificada en el padre. Por tanto, hablamos de una función esencialmente simbólica, solo concebida desde la articulación significante.
Asimismo, en el Seminario 4 ya se ensaya este movimiento: ir del mito a la estructura; esa es la conclusión de la relectura que realiza Lacan del caso Juanito. El padre generalmente aparece discordante respecto a la función (como dice también Lacan en 1953 respecto del mito individual del neurótico). Ahora lo va a confirmar planteando el paso de la anécdota a la lógica. Así no podemos limitarnos a anécdotas del tipo: Papá dijo que te la cortaría si te vuelve a ver tocándotela, y tonterías de ese tipo. Ahora la lógica es: todo lo que se articula como significante está dentro de Phi de X.
El Nombre del Padre, en definitiva, puede entenderse como la función lógica que permite estabilizar la relación entre significante y significado. Gracias a esa función ingresamos al lenguaje sin tener que pasar por la experiencia de sentir a la lengua como una invasión extemporánea de significantes que se disparatan o se congelan en significaciones fijas y coercitivas.
Si dejamos de lado el problema nominal, podemos avanzar en la comprensión de que el Nombre del Padre pertenece al campo del lenguaje y a la función de la palabra. Mientras tanto, el patriarcado como régimen pertenece a un orden de opresión y dominación que logra construir, condensar y petrificar determinadas figuras históricas. Es interesante resaltar que es precisamente a través de formaciones ideológicas y fantasmáticas que se consolida el orden hegemónico, intentado taponar esa relación estructuralmente fallida entre el significante y lo que queda fuera en la constitución del sujeto, lo real en sentido lacaniano. La eficacia de la dominación reside siempre en esa condición fallida del Nombre del Padre que apenas estabiliza la significación, pero es incapaz de tapar todos los agujeros de lo real en la falta de isomorfía con lo que designamos como realidad. La realidad está estructural y ontológicamente fallada, fallida.
La hipótesis avanzada por Lacan en este punto fue señalar que la extensión del discurso de la Ciencia, y la técnica derivada, iba a socavar aún más ese carácter fallido, aunque constructivo, del Nombre del Padre. Y luego, como derivación directa también, que el desarrollo del neocapitalismo y su torsión, como discurso antivínculos y generador de subjetividades, iba a producir su colapso.
En este punto, y acercándonos ya al final, es interesante detenernos, aunque sea brevemente, en la distinción entre subjetividad y sujeto, recordando la expresión de Lacan que trajimos a colación al comienzo de la intervención: “Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época”.
En psicoanálisis, autores como Eric Laurent o Jorge Alemán han remarcado la diferencia entre sujeto y subjetividad. La subjetividad se entiende como marco referencial o contextual, etc., efecto de las relaciones de poder construidas históricamente que pueden hacernos olvidar, aplastar la dimensión estructural de la constitución del sujeto, uno por uno, en su singularidad. Subjetividad responde así a un conjunto de conductas, mandatos, deberes, percepciones de la realidad, construcciones éticas y estéticas que están determinadas por una cantidad de dispositivos que muchas veces son imperceptibles y cuyo funcionamiento tampoco es evidente porque contamina de una manera muy sutil todo esto que podríamos llamar la subjetividad. Convivimos con una subjetividad neoliberal que quiere imponer la idea de un sujeto que se homogeneiza, se unifica como sujeto “emprendedor”, entregado al máximo rendimiento y competencia, como un empresario de sí mismo.
Estar a la altura de la subjetividad de la época es hoy distinguir subjetividad y sujeto: En el sujeto hay una fractura incurable, una división incurable, un real fuera de sentido, y en escucharlo radica el acto subversivo, antipatriarcal, de la cura analítica.